viernes, 14 de octubre de 2011.
Eres incapaz de susurrar la poesía en las rodillas, admítelo. Y los octubres son más octubres si me llamas, y conteniendo la emoción, me dices: "eh, Javi, vamos, déjalo todo, deja de ser quien eres". Cuando el sudor disimulaba el terror a los espejos, y las mañanas... bueno, no sé, tenían un olor distinto. Eres incapaz de ver más allá del vómito en baldosas. Cuando miras, y me miras, y vas y me sigues mirando: "eh, Javi, venga, llora y calla, sigue tragando". Y me rompo. En serio, ¿ya no ves que el mundo ha dejado de bailar para ti, y los pasillos me comen? Ahora estoy debajo de la mesa, empleando lo aprendido en notas, reciclando el juego de manos sin mentirnos en cada caricia. Ahora piso todas las puertas que hagan falta para verla, princesa, y las caderas son adictivas cada noche de no pensar. Y ahora, vete. Antes de que vuelva a olvidar la nota a pie de página de una historia escrita en bordes de servilletas. Eres incapaz de curar las heridas que ya no sangran y que muerdes con la boca manchada de tinta de bolígrafo. Ahora, vete y déjame dibujar en mi propia piel.
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viernes, 23 de septiembre de 2011.

"Todo va bien".
"Experiencias nuevas, nueva carrera, soy feliz".
Sonríes.
Cierro los ojos para no pensar y en ese instante
ya te has follado a alguien encima de la mesa

a lo mejor no deberíamos estar aquí, oliéndonos
aparentando arrancar pedazos incrustados
jugando a transformar alas caídas en anécdotas
y haciéndote sangrar por debajo de la falda

Coges el salero, reventando composturas
y no paro de temblar pero no, no te vayas
ni dejes de quitarme el cigarro, dar una calada y mirarme
como diciendo "estoy rompiendo lo que esperabas",

para salir y destrozar todos los ceniceros de esta ciudad.

¿O es que ya no te atreves a besar,
y que tiemble el suelo,
con la certeza, tatuada en el pecho, de que no pasará nada?

No me lo creo.

Por cierto, faltan botones para tu camisa y sobran
tacones para llegar alto, para encontrarme, sobran
canciones, sobran regresiones con mi mano en tu cintura
y sobra la suficiencia de confesarme que perderás el control.











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Maldita Brox

miércoles, 17 de agosto de 2011.

Entré a la piscina con la lección aprendida: no era nadie.

Así a simple vista no parece ninguna hazaña heroica, pero lo es. Todos nos sentimos protagonistas en mayor o menor medida de nuestra película. De camas y cigarrillos, de putas y gánsteres o, simplemente, algún tópico americano exprimido en un lavabo al azar de lo más recóndito de Texas. Da igual. Todos albergamos ese 1% de esperanza que nos obliga a creer que el universo orbita entorno a nuestra polla. Luego vamos al espejo y vemos lo que queremos ver. En ese momento, ni siquiera pensaba lo que quería pensar.

Mucha niña mona, pero ninguna sola. Los instintos volvían a su lugar primigenio. No está mal.

Cloro hasta en la ducha, lo pasaré bien. Mi creatividad volvía a estar por los suelos. También volvía al sitio que le pertenece. Empezaba a tomar las riendas. Hasta las más hilarantes metáforas sobran cuando eres un chaval imberbe que hasta ahora se creía el centro de las miradas. El mundo colapsado en aquel camping de jipis y yo, distraído. Demasiada pareja acaramelada para mi salud mental, me dije. Ya habrá tiempo para volver a chapotear. De cabeza al agua.

Hasta aquel momento las vacaciones pasaban en una suerte de rutina recién establecida, como el más sencillo de los mecanismos asumidos inconscientemente. Me dejaba llevar y la guerra civil en la que se veía imbuida mi vida pasó a un segundo plano, sin llegar a desaparecer completamente. Sabía que seguía ahí, pero mis sentidos, narcotizados por la playa, la ausencia total de responsabilidad y la ingente cantidad de pivones que desfilaba para mí en aquel paraíso de juventud eterna, bikinis prietos y meses sin mojar, no alcanzaban a interactuar. Y aquella piscina seguía abarrotada de parejas. Cada una con su historia, sus apelativos cariñosos en la cama, antes, durante y después, sus juegos de manos, su mundo. Cuando te sumerges en una piscina desconocida, lo único que te mantiene allí, nadando con la gracilidad de una ballena varada, es la aclimatación a la nueva situación. En mí, el proceso se estaba llevando a cabo inversamente. No me sentía el rey del mambo. Estaba empezando a darme cuenta de mis gilipolleces que, conjuntadas, daban de mí una imagen medianamente decente, como los grupos de chicas juzgadas cada noche de jueves en la White. La cara de estreñido al reflexionar, la falta de experiencia, de agallas, de sensibilidad. Lo único que evita que pienses por qué no te aburres en aquel caldo lleno de arrumacos cuando tienes uno parecido debajo de tu casa que no pisas es que aquella improvisada sopa de amor era terreno salvaje.

La puñalada me alcanzó por detrás. Algún anarquista del Ejército Rojo rasgó el velo que lo separaba de la realidad. Cuando empiezas a verte como un subnormal más rodeado de subnormales en el peor lugar para perderse, en vez de cómo un Ulises de pacotilla enfrentándose a su trágico destino (y a las furiosas olas generadas por Neptuno montado en colchoneta), todas las piezas del puzle para menores de cuatro años encajan.

Ojalá ella estuviera aquí.

Minutos antes de la certeza, yo seguía pasando el verano a base de anfetaminas. Volvieron los recuerdos. Cuando uno de ellos duele, la mayoría de las personas suele cerrarle la puerta hasta que un buen día, quedan para tomar un café, y el recuerdo se ha casado y tiene hijos y todo sigue como debería. Pero ese no es mi modo de actuar. Abro la puerta, el recuerdo entra y me folla por el culo. El día siguiente el recuerdo vuelve a llamar, y yo abro la puerta y me pongo de rodillas, esperando que esta vez la experiencia sea menos traumática. Y así día tras día. Estaba en la piscina del que parecía ser la residencia de verano de Afrodita, apretando los dientes y esperando mi ración diaria de sexo anal. Desgarrador, como siempre. El análisis no tardó en llegar. Aquello que decía Sara, que echamos en falta la situación, el estar emparejados en vez de contar cada minuto sin tocar su piel, nunca me había parecido que tenía sentido. Hasta ese momento. Contemplando a aquellos chuloputas aferrados insidiosamente a sus novias –Dios quiera que imbéciles-, reconocí que era una variable que merecía ser incluida. Volvieron a aparecer los jugadores habituales. Merecía la pena, sí, no. El origen del dolor. Sus gracietas, su cuerpo de sirena encima del mío. Pasillos eternos y puertas cerradas. Tal vez si buscara a alguien. Tal vez si la dejara ir. Todo se fue. Intenté retenerlos. Se disiparon. Las palabras se clavaron. Trozos del espejo roto.

Ojalá ella estuviera aquí.

Pasaron a mi lado un grupo de chavales. Maldita Brox. Ojalá ellos estuvieran aquí.

Todo mi mundo, todo el silencio, la rabia y los celos, reducidos a una única expresión. Todo lo que no fuera aquella frase carecía de sentido y de razón para existir. Toda esa mierda espiritual y sentimental había servido para darme cuenta de que seguía en el pasado. Cuéntame algo que no sepa. Una sola frase. La causa y el efecto, reunidos en 25 caracteres.

Ojalá ella estuviera aquí, haciendo un ángel en la arena, corriendo al agua para limpiarse, pelearse con las olas y reír. Ojalá yo estuviera allí para verla desde la orilla, correr a su encuentro y, durante un puto instante enganchado a su cuello, no pensar. Ojalá no escribir, convertido en un perdedor sin vaso de ginebra. Ojalá el invierno hubiera durado un poco más. Sólo unos meses, los suficientes como para ser libres o para poder desvestirla de un gesto y sin bufandas de por medio. Reír. Cómo se hacía eso, me cago en mis muertos. Ojalá pudiera vivir y no dedicarme a contar historias de cuando lo hacía, con la media sonrisa y la sangre de uñas clavadas, en cualquier chino donde los peores secretos son revelados.

Subí por la escalerilla. Me sequé. Todo volvía a estar como siempre, pero antes de que Skan volviera a recuperar el trono de la presuntuosidad, le dediqué un guiño ligeramente trastornado a una jipiosa de esas que tanto me gustan, preciosa y con el toque rebelde de las niñas que fuman en portales para aspirar la ruptura de las pautas establecidas.

El día siguiente seguía entre la niebla. Empezaba a no recordar quién era, pero poco importaba. Tumbado en la cama y sin saber qué hora era, me preguntaba si había alguien en metros a la redonda que también lloraba con Vetusta y los días raros.

El recuerdo entró sin llamar. A veces lo hace. Ya estoy acostumbrado. No dolió. Debí haberos confesado que me estoy volviendo un poco mariquita. Me levanté como un resorte. Joder, métemela del todo, espeté. Exprimí al máximo cada detalle. Cada sensación. Volví a evocarlo como tantas noches, haciendo especial hincapié en la rabia y la confusión del momento de la confesión, para variar, como el recuerdo en sí, imaginada, reconstruida a partir de trozos de confesiones. Nada. Salté de la cama. Salí casi en estampida, sin pensar adónde iba. Sin pensar adónde iba a ir a partir de ahora. Una nueva variable, había que reorganizarlo todo. Pasé por la piscina. Orcos por doquier. Eso era una señal, no sabía si buena o mala. Entré en el supermercado, sabía lo que quería. Galletas de mantequilla. Un euro. Ponen dibujos bonitos y letras en cursiva y te cuelan aire y harina por galletas de mantequilla buenas de verdad, pero esa es otra historia. Cuando estaba pagando a la cajera, volvió a romperse el espejo.

Ojalá ella estuviera aquí.

Con otro nombre y otro cuerpo, pero ella. Parafrasear a Alejandro Sanz puede estar mal visto en determinadas situaciones sociales, me enseñó Twitter. Pero allí estaba, ¡sorpresa!, la realidad escondida entre las sábanas. Allí estaba la vuelta a la prosa, entre los niños en triciclo y padres educados entre cerveza alimentando a la barbacoa en la puerta del bungalow. Ojalá ella estuviera aquí. Cuatro palabras y sólo una pequeña poeta (sei tu che leggi), pero miles de ángeles, otros tantos de cuellos a los que engancharse, ciento y un secretos que explotan en el pecho. La echaba de menos, sirena a la que le brotaron piernas en el momento menos esperado. Claro que la echaba de menos.

Pero sólo puedes reír si realmente quieres hacerlo,

y sólo puedes soñar si te has echado una buena siesta primero.

Enseñé hace tiempo a una treintena de adolescentes confundidos a librarse de las cadenas, y la retórica volvía desde aquellos tiempos de parques (y mecánicos) para quitarme la careta a guantazos. Te está bien merecido por esconderte. He vuelto. Éstas son mis palabras, no las de viejos manuales de “aprende a conmover en dos párrafos”. La felicidad sólo es la realidad dividida entre las expectativas, sólo hay que cantar Supersubmarina hasta que la barriada entera baile al son de su-su-su-su-su cuerpo, y creer en la magia, aunque sea un timo, aunque te obligues a olvidar que los juegos de cartas son juegos de manos y que las hormonas juegan malas pasadas. La única opción es seguir andando. Todo es cambiante y hasta la más obvia de las lógicas se derrumba al crecer. Nada existe. Sólo el fuego. Aprenderás a base de golpes. Volverás a caer. Te hundirán. O al menos eso creerás tú. El mundo es una puta mierda y tú sólo estás empezando a estar jodido, trovador de manos grandes. Pero sonreirás hasta que vuelvan a doler las comisuras de los labios, porque volverás a retroceder, a saltar y a ser fuerte durante todas, todas las mañanas de lunes. Y no te equivoques: no la necesitas a ella más de lo que te necesitas a ti mismo. Y el 1% de esperanza nos mantendrá vivos, porque aunque sea fácil hasta rozar el absurdo, los bailes de máscaras nos enseñarán a no perder la cabeza.

Y ahora voy a coger un cigarro mientras la vida sigue huyendo calada tras calada. Hoy, voy a sentarme a esperar. Y que venga lo que tenga que venir. No hay recetas milagrosas ni dietas para adelgazar cinco lastres a la semana. Ojalá estuviera aquí mi niña de manos frías, para perderme en aquellos ojos enormes y marrones y seguir ignorando que todo acaba de empezar. Pero se acabó. Porque un día, echando de menos, descubrí que se podía respirar.

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lunes, 25 de julio de 2011.
Las estrellas no volverán a salvarnos
las princesas de los cuentos se pintan
la raya del ojo en el espejo, por la mañana
el calor ya no es excusa para rozarnos de nuevo
Esperando
y jugando con la muerte entre palabras
y bailando pero te vas y se van las ganas
de ser el funambulista de las llamadas perdidas
de llorar o de ser fuerte y romperlo todo
Remiéndame
olvida y álzame, confía en el silencio
pero por más que pintes las horas muertas
por más que se pierda el sentido de ser alada
se fundió el deseo con rutinas y relojes
la estrategia fracasó, pequeña
ya no hay tiempo para ser felices y esperar
y las libretas nunca solucionaron problemas
desistir, huir, seguir viviendo a dentelladas
Y sabes que sobra Julio, te lo regalo
para fumar cigarros en el precipicio
y márchate antes de la última puñalada
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domingo, 19 de junio de 2011.
El cigarro ya no quema,
pero las cervezas siguen mintiendo.
El carmín no manchará las bragas, el sudor
impregnará nuestras mañanas, destrucción
de la guerra entre las máscaras

Corre y grita. ¿A qué esperas? Nada duele. Nada existe. (Sólo el fuego)
Para, piensa. Bebe, sueña. Prende en llamas la almohada. ¿Las miradas? ¿Los abrazos?
Mero sexo (sin llamadas). Vamos, puta. Eres libre. Ten paciencia y rompe el freno.
¿Más ligero? Cuesta abajo. Sin mirar. Sin ser quien eras.

Apoyada en la barra, esperas.
La camisa te queda bien. Como antes.
¿Los tacones de elevarse entre putadas?
Vamos, nena. Sube al coche.
Prometo no llevarte a ver estrellas.
Prometo no dejar que inventes tantas historias huecas.
Prometo ser yo. Lo demás, ponlo a tu cuenta.
Sólo muévete y corta el aire con sollozos.
Baila. Vomita en los portales. La partida está ganada.
¿Los demás? Espectadores. Tu canción de buenas noches.
Noches siempre algo mojadas. Súbete al coche, nena.
El bolígrafo es invento de bohemios enclaustrados.
Sólo hay que esconderse de cubatas con mucho vodka
y de ratas esperando algún tropiezo de las reglas.
Venga ya. Esconde esas alas.
Parte bocas. Saca pecho.
Tres de azúcar. Eso es.
Termina la cerveza y mírame. ¿No está preciosa la luna?
Las noticias de tu pelo dicen que no quieres verme.
Calla y sígueme. Brindemos. Celebremos que se fueron
los septiembres, los fantasmas, la manía de seguir en esto.
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viernes, 10 de junio de 2011.
Vamos a escaparnos. Como hace meses, como hace años. Vamos a jugar a que el sol sigue brillando y a que todo sigue como debería, vamos a hacer como que no tengo miedo. Podemos seguir fingiendo que los roces son involuntarios, podemos buscarnos entre la gente y callar, y que las tardes de Julio vuelvan a ser perfectas. Podemos esperar el bus, merendar, descubrir planetas, ver la tele. Podría besarte y morderte, podrías enmudecer con la coreografía. Podemos pasar por alto que los besos en la mejilla me queman los labios. Simplemente ignorar que ya pasó nuestro momento, que llegó el mal de altura, que los domingos vuelven a ser domingos, que tu pecho es terreno vedado, que debemos reinventarnos. Podemos eliminar los abrazos que fueron a pesar de todo, borrar el daño y no tener miedo a encontrarte en cada mirada. Podría sonreírte y entender, de nuevo, que hay un motivo para seguir luchando, para apretar los dientes y cerrar los puños y tragar y amarte. Podría entender que los silencios no conllevan rendición. Vámonos. A donde quieras, princesa. ¿Un césped cualquiera? ¿París? ¿Granada? ¿Tu cama? Quizá aún está en nuestras manos hablar hasta caer agotados, trazar maniobras estúpidas para llamar la atención, escribir palabras efímeras en las mesas, buscar tu sonrisa en cada plan de futuro, escribir "te amo" pero no lo leas que me da vergüenza, ser niños hasta enloquecer de dulzura. Podemos olvidar que el verano ya pasó, que las estaciones no son cíclicas, que el invierno es frío pero también cartas, ilusión, sorpresa y magia. Podemos olvidar que el cielo ya no nos espera y que la felicidad se tuerce cuando el bolígrafo llora y confiesa que no tiene nada que decir. No entender que el puzle no encaja, que la ventana se ha roto. Que se acabó, y aun así, no dejarte ir. No aguantar las ganas de llorar cuando los guiños se escapan. Cuando las caricias llaman. Cuando tu pelo baila. Podría ignorar que tu olvido me rompe cada mañana. Ducharme sin ti, desayunar sin ti, reírme sin ti, incluso, si me apuras, volar sin ti. Para luego explotar en tu portal. Escribir otra vez el cuento. Esta vez sin que la mano tiemble. Cerrar los ojos. Y no temer abrirlos. Y soñar.
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lunes, 9 de mayo de 2011.
Siempre en silencio. Callada, parecía analizar cuanto le rodeaba. Reía cuando tocaba, alguna que otra broma, una respuesta autómata, otra vez el silencio. Yo la miraba desde la muchedumbre. La serenidad de su gesto no podía contener una insatisfacción latente. Ella no sabía que yo la observaba desde hace tiempo. Buscaba algo que todos los demás veían, pero que nadie sabía identificar. Parecía medir con cuidado cada movimiento. Nada sobraba en ella. Se unía al grupo y mantenía una charla superficial cuando era requerida, pero algo me decía que aquel no era su hábitat natural. Era como una gaviota incapaz de no lanzar una mirada desesperada al mar.

A veces, podía comprobar como se le escapaba una sonrisa de las de verdad. Parecía ser ella cuando sonreía. Y de repente su mirada se cruzaba con la mía y aprovechaba cada segundo de contacto visual para intentar encontrarla allí, entre la gente, entre la rutina. Pero se iba. Siempre se iba. A veces, algunas personas descubrían la eterna llamada, la continua morriña, y la sacaban de su aletargamiento. Y sonreía de verdad y la magia se posaba entre su pelo. Y reía cuando le apetecía, y bromeaba hasta en los días grises, incluso negros. Pero los recuerdos acababan atenazándola y volvía a estar sin estar, porque su mente seguía a muchos kilómetros de allí.

A mí me gustaría acercarme a ella y descubrir lo que anida detrás de esas mañanas de tránsito. Pero cuando lo intento, se me cae el cielo encima y me siento un chaval en sus primeros pasos. Y a veces la rozo y parece ser como de cristal, o es que a mí me da miedo romperla. Y es que soy tan diferente, tan brusco, tan pasado de vueltas. Mis manos rugosas nunca podrán materializar las caricias que ella necesita para librarse de las cadenas y cantar y soñar en los días raros. Y en ocasiones logro hacerla reír y cada carcajada me da alas para seguir con este circo de palabras encadenadas. Y en ocasiones logro arrancarle una conversación superficial que me sirve de pretexto para admirar cómo mide al detalle hasta el bailoteo de su falda. Y me mira, y la miro, y retiro la mirada, porque me atrapa. Y me gustaría abrazarla y prometerle que todo va a ir bien, que siga hacia adelante porque son dos días y las agujas del reloj no pinchan y que el cielo es tan alto como tú quieras llegar y que sea feliz, porque sonríe y me contagia y me deja mudo y ya no sé que decir, porque las palabras son tan vacías y no sirven. Pero nos separan dos mundos distintos, el jaleo me abandonó y ahora lucho por sobrevivir, al igual que lucha ella. Sólo espero que el destino se porte bien con ella. Yo seguiré observando y escribiendo. Notas de papel mojadas.

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